Cada vez que dudamos aprendemos más

Un aprendizaje sin hipótesis genera una mente inactiva

El hábito de dudar consiste en preguntar e interrogar a los hechos, a nosotros mismos y al todo del universo para habilitar procesos de investigación e indagación activa de la inteligencia. Como consecuencia de tal proceso, el sujeto ejerce su iniciativa para no quedar estancado en la fijeza e inmovilidad de los conocimientos adquiridos en el pasado. Es así como el estado de incertidumbre, al hacerse consciente, le permite acceder a un plano de mayor conciencia de sí mismo y a una valoración de su potencial cognitivo interno.


Siempre que sea consciente, la duda eleva al sujeto al punto más profundo de su oscuridad existencial para emerger con nuevas y lúcidas comprensiones. Lejos de detener la inteligencia en la seguridad de la certidumbre o de agitarla en la vacilación, el titubeo o la desconfianza, la duda la amplía y expande hacia nuevas búsquedas. En tal sentido, el universo de los conocimientos construidos a lo largo de la historia por el ser humano, se ha ido cimentando en el ejercicio de dudar y de no aceptar como válida una premisa sin antes haberla sometido a la prueba de la verificación. Sin esta prueba, las afirmaciones carecerán de aquello que permite ser consciente y estar seguro del saber que se posee hasta ese momento: la íntima convicción.

La íntima convicción de ningún modo equivale a la seguridad de la certidumbre, pues la primera es la conciencia que el sujeto experimenta acerca de la validez de lo que piensa o siente, mientras que la segunda es la cancelación de la indagación, por considerar haber llegado a una verdad que se presenta como definitiva. El verdadero saber se configura como tal en la medida que el sujeto va adquiriendo la íntima convicción acerca de lo que va indagando e investigando. Esta es la diferencia cualitativa con la certidumbre, donde el saber que se posee se estanca y paraliza sin dar lugar a nuevas hipótesis y reformulaciones.

Alejada de la duda, la mente acepta y acata pasivamente el modelo ajeno, sin poder generar un proceso constructivista de aprendizaje y transformación mental. Ello explica por qué las teorías y paradigmas deben estar en constante apertura, revisión y transformación para evitar el tan temido estancamiento mental de los conocimientos adquiridos y de las certidumbres aceptadas como inmodificables y definitivas.

La exigencia de tal apertura mental obedece al hecho de que el trabajo de la inteligencia debe guardar un correlato con la constante expansión y dinamismo del universo de lo cognoscible. Por eso, la hipótesis y la duda constituyen un trabajo metodológico y pedagógico que permiten elevar a la inteligencia a un plano cognitivo superior y conferirle una dinámica acorde con su naturaleza. Este proceso define la evolución del conocimiento, expresado no solamente en el saber científico, sino también en la totalidad de la vida humana, en la cultura, en el ejercicio de los valores y en los planos cognitivo y psico-emocional del sujeto.

Dado que el estado natural de la inteligencia se configura en el movimiento y la actividad de indagación para acceder a la íntima convicción que otorga el saber, podemos inferir que la duda se constituye como la función cognitiva que hace posible la construcción del conocimiento. Por ello, diríamos que el ejercicio de la duda responde a una actitud consciente y se transforma en condición insoslayable de la evolución del pensamiento humano.

¿Por qué se debe llevar a cabo el ejercicio de la duda en los diversos planos de la vida mental?
  • Debemos dudar porque tal función nos permite mantenernos mentalmente activos y someter a nuevas contrastaciones los aprendizajes adquiridos en el pasado. 
  • Debemos dudar porque la duda permite ejercitar la mente y darle movimiento para dilucidar hipótesis, consolidar nuevas comprobaciones y verificar nuevos conocimientos.
  • Debemos dudar para evitar caer en la comodidad de la aceptación y el acatamiento pasivo ante el pensamiento ajeno y las verdades inculcadas. 
  • Debemos dudar porque verificando ampliamos la mente, somos más conscientes para ejercer la iniciativa del pensamiento y generamos una mente más activa.
  • Debemos dudar para sentirnos vivos y renovarnos interiormente sobre lo que estamos dudando.
  • Debemos dudar porque si no dudáramos caeríamos en un estado de creencia inercial que cancela la búsqueda de nuevos conocimientos.
  • Debemos dudar porque de lo contrario daríamos lugar a un sentimiento de omnipotencia bajo la creencia e ilusión de haber llegado a comprender y conocer todo.
Dudar no es negar; es ampliar la búsqueda y la indagación, elevando la inteligencia a un plano superior de conocimiento. Es el mejor tributo que la inteligencia humana lleva a cabo para acceder al saber y la condición de posibilidad de construcción del conocimiento. Por ello, la duda es una posición mental de alta intensidad y gravitación para cumplir con la condición activa y creativa del hombre inteligente.

Esto explica por qué, en el extenso campo de los saberes y de las actividades humanas, tanto el alumno y el aprendiz consciente como el discípulo aventajado terminan dudando de sus respectivos maestros como culminación de un proceso autónomo y de alta generosidad e intercambio. Si no dudaran de sus maestros, serían seguidores pasivos y, como tales, víctimas de posibles estados de creencia y sumisión mental. Porque la calidad y excelencia de todo maestro, educador o formador no se miden tanto por el contenido que transmiten sino por el proceso mental que hacen desplegar de manera autónoma, crítica y creativa en quienes se encuentran en situación de búsqueda y aprendizaje.

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