Adultos ociosos y sin autoridad

Cómo llegar a ser dueño de sí mismo 


En nuestra nota anterior, planteamos la responsabilidad de todo educador de formar a sus hijos o alumnos, según el caso, para que en el futuro puedan lograr un aprovechamiento del tiempo libre y evitar buscar, a modo de “relleno”, vivencias carentes de sentido en la frivolidad de ciertos entretenimientos. Para lo cual, era necesario que los jóvenes aprendieran a organizar su mente y usar debidamente la inteligencia a fin de evitar el vacío, el aburrimiento y la rutina, propio de quienes no tienen nada que hacer porque están ociosos. Este es el desafío formativo de todo adulto que, por su experiencia, se supone que aprendió no sólo a usar el tiempo libre y hacerlo productivo, sino también a enseñar esto a quienes todavía están aprendiendo a vivir. 


Sin embargo, encontramos no pocos adultos que, exceptuando la rutina laboral de sus ocupaciones diarias, viven el resto del día en una constante improductividad derrochando su tiempo libre. Ello, sin mencionar los casos de individuos demasiado ocupados porque la necesidad o la ambición personal no les otorgan margen para vivir creativamente. Tal situación se presenta porque no hay una conciencia del tiempo ni de la vida que se vive. Es el tiempo inauténtico (M.Heidegger) que transcurre en una suerte de vacío y neutralidad amorfa, signada por una apatía generadora de hastío. Pues la indiferencia frente a la propia vida termina en el desdén y cercenamiento de las posibilidades de crear algo nuevo durante el tiempo que se vive. 

Por eso, salvando esos momentos de estricta obligación laboral, muchos adolescentes y jóvenes ven a sus mayores vivir una vida cuasi mecanizada, en un estado pasivo, sin iniciativas y lleno de apatía y rutina. La vida vacía de los padres y educadores constituye, en este sentido, un pésimo ejemplo para quienes están aprendiendo a vivir. Este es un rasgo cultural predominante, dado en el hecho de que el tiempo útil y productivo se adscribe solamente a las obligaciones laborales, excluyendo su valoración y aplicación a las demás dimensiones de la vida personal. 

Esto explica por qué para una mayoría significativa de adultos la atención de cuestiones domésticas y familiares, el diálogo con la propia familia o amigos y cualquier otra actividad cultural, vocacional y hasta de esparcimiento compartido no tengan prioridad alguna. Sea por una deficiente organización del tiempo, sea por una exclusión de los valores superiores, sea por la preeminencia de un criterio centrado en la rentabilidad o en la comodidad sin esfuerzo, lo cierto es que en tales casos la vida personal se va vaciando de los contenidos esenciales para dar cabida a los contenidos que postulan la utilidad como valor central. 

De allí que la búsqueda del éxito a toda costa no exime de los riesgos de caer en los parámetros de una ociosidad cuyo efecto alienante y de fatiga se manifiesta en la mayoría de los casos en el consumo de frivolidades audiovisuales como una vía de compensación y “relleno” del tiempo mal usado. Desde semejante paisaje mental, ningún adulto tendrá la autoridad suficiente para orientar o aconsejar a los jóvenes sobre el uso productivo del tiempo libre. 

Un adulto reacio a ocupar productivamente el tiempo más allá de las obligaciones rutinarias preestablecidas, quizás deba replantearse si quiere y anhela ampliar su vida hacia un horizonte fecundo y creativo que integre a la familia, a los hijos, a los amigos y a los proyectos vocacionales quizás postergados y aún en estado de espera. Ello implicaría una decisión trascendente que podría impulsar la vida a un plano superior y a una vida activada por proyectos que la van renovando en el aprovechamiento de un tiempo que, por ser fértil y productivo, convierte al sujeto en el verdadero dueño de sí mismo. 


Si desea completar un ejercicio de observación e indagación interna ver link



Dr. Augusto Barcaglioni


(Agradeceremos contestar la breve encuesta semanal, ya que una simple tilde nos permitiría aproximar nuestras notas y reflexiones hacia los 
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